Las primeras impresiones suelen estar basadas en aspectos visibles y evidentes, formándose a partir de factores sensoriales, emocionales y contextuales. Pero lo cierto es que muchas veces son superficiales y no reflejan toda la riqueza que un lugar tiene para ofrecer.
He tenido la suerte de visitar Cuba en dos ocasiones, con casi dos años de diferencia entre ellas. La primera fue en enero de 2023, un viaje que dio lugar a un pequeño proyecto que llamé “Los diarios del ron”, donde quise capturar mis primeras impresiones de la isla en una suerte de diario que me ha dado muchísimas alegrías y que puso su granito de arena para todas las aventuras fotográficas posteriores.
En ese momento, aunque lo intuía, no sabía con certeza que volvería tan pronto.
La segunda visita, en noviembre de 2024, llego con una perspectiva muy distinta. Esta vez, ya sabía algo más de a dónde iba y qué podía esperar. Pero lo que no anticipé fue que el impacto emocional sería aún mayor. Tal vez las segundas partes tienen ese poder: te permiten reparar los errores de principiante y, si estás dispuesto, reorientar tu mirada hacia lo que realmente importa.
Quizá por este motivo he estado trabajando en una serie de pequeñas historias desde el mismo día que regresé y que se agrupan dentro de este título tan genérico, y poco imaginativo, “Cuba” que, al menos para mí, ahora significa tantas cosas buenas.
O mejor dicho: tantas personas buenas.
“Cuando la luz deja de ser cegadora, podemos comenzar a ver”
Despertar
Con el amanecer llega de nuevo la luz a Cuba, una metáfora cruel en un país que enfrenta desde hace años una grave crisis energética. Viñales es una de las zonas más afectadas, acumulando periodos de más de cinco días sin suministro eléctrico.
Pese a lo que se pueda pensar, no es un problema puntual. Quién mas o quién menos lo ha sufrido en la isla en los últimos tiempos.
No disponer de una nevera funcional para conservar los alimentos, ventiladores para poder refrescar el clima tropical o tener que cocinar, en el mejor de los casos, con leña o carbón es su día a día.
Los más afortunados disponen de una planta (un generador eléctrico de gasolina) que les permite seguir utilizando sus electrodomésticos y alumbrado. No obstante, esto contribuye a saturar, aún más, las gasolineras en búsqueda de un petroleo cada vez más escaso, y caro, en la isla.
La electricidad se suma a los otros productos básicos con acceso muy limitado en la isla y gira una vuelta más la llave de presión con la que viven su día a día los cubanos.
No deja de ser insólito que un país con una de las mejores luces que he tenido la suerte de contemplar, viva, estos últimos tiempos, a oscuras.
El sabor del aguacate
El clima cubano hace de cobijo perfecto para la plantación de aguacate ya que las temperaturas cálidas y las estaciones de intensas lluvias son ideales para su crecimiento.
Pero no todos los aguacates son iguales. Al final son como las personas y sólo hace falta encontrar los buenos. Yo fui afortunado y por muchas palabras que utilizase, nunca llegaría a poder describir con precisión ese primer estímulo que un aguacate me regaló al probarlo aquella mañana de domingo.
Y es que explicar con claridad una sensación puede resultar complicado, no sólo porque implica encontrar las palabras adecuadas, sino también porque estas deben estar en sintonía con las que la otra persona asocia con esa misma sensación.
Y quizás en estos casos es donde podemos ayudarnos con el uso de imágenes… aunque lo habitual es que una misma imagen transmita diferentes mensajes según quien la observe.
La sinesteisa asociativa describe el proceso de asociar diferentes sentidos y/o conceptos debido a experiencias previas, recuerdos o aprendizajes. Y es que las imágenes tienen esa magia: a cada persona le hace resonar con su bagaje personal.
Con esto en mente, espero que las imágenes que conforman esta serie, pese a no incluir entre ellas ningún aguacate, puedan conectar esa sensación tan especial, aunque probablemente diferente, que gracias a David (@davidlopez.stphoto) y su familia, llegué a saborear.
Cambio de divisas
La Revolución Cubana marcó una transformación radical en el sistema financiero del país, impactando profundamente a su moneda oficial.
Inicialmente, se mantuvo en circulación el peso cubano (CUP), pero en 1994 se introdujo el peso convertible (CUC), que coexistió con el CUP hasta su eliminación en 2021. Desde entonces, la tasa oficial de cambio quedó fijada en 1 USD por 24 CUP. Sin embargo, la alta inflación desvalorizó rápidamente el CUP, y en la actualidad (noviembre de 2024), el tipo de cambio informal oscila entre 300 y 350 CUP por dólar…
Para los turistas, disfrutar de un mojito por unos 600 CUP puede parecer una ganga. No obstante, esta percepción contrasta con el salario medio mensual de un cubano, que ronda los 3,000 CUP (según la ONEI: Oficina Nacional de Estadística e Información de Cuba), evidenciando las dificultades económicas que enfrenta la población.
La nacionalización de los comercios tras la revolución eliminó la actividad privada, centralizando la economía bajo control estatal. Este proceso provocó el cierre de muchos negocios y dejó una profunda huella en el tejido económico del país. Para entender mejor esta transformación, recomiendo la lectura del libro “Ir a La Habana” de Leonardo Padura.
En la actualidad, la mayoría de los intercambios de divisas en la isla se realizan de manera informal, lo que refleja e gran medida las limitaciones económicas. En lugares como la calle Galiano en La Habana, los fines de semana se organizan mercadillos donde la población busca alimentos, ropa y otros utensilios básicos que escasean en las tiendas oficiales.
El color y la calle
Para conocer Cuba hay que deambular por sus calles. Las calles de La Habana, Viñales, Matanzas, Trinidad, Cienfuegos y tantas otras que aún no he tenido la suerte de visitar.
Y es que la vida en Cuba tiene lugar en sus calles.
Irremediablemente, los llamativos colores son lo primero que capta nuestra atención. Es, quizá, el estereotipo más arraigado de las calles cubanas.
En La Habana tuvo su origen como medio especifico para atenuar la intensidad de la luz solar e incluso Federico García Lorca tiene una frase al respecto: “Es el amarillo de Cádiz con un grado más, el rosa de Sevilla tirando a carmín y el verde de Granada con una leve fosforescencia de pez”.
En 2019, un estudio reveló que La Habana Vieja tiene una paleta de colores compuesta por nada más y nada menos que 164 colores.
Y entre toda esa mezcla de colores, las calles siempre están concurridas con gente intentando ganarse la vida y de niños y niñas jugando. El escondido, el trompo, el futbol… son juegos que puedes ver en cada esquina. Y como no, el dominó en cualquier apaño con una mesa para aprovechar la luz del sol.
La cantera
Las canteras explotan un espacio de terreno para extraer recursos de él, dejando una marca imborrable en el paisaje.
Han sido la fuente de materiales vitales para conformar fachadas, fortalezas, catedrales y calles empedradas, pero también han sido los espacios de duro trabajo y desgaste físico que en muchos casos supera los límites de sostenibilidad.
Mirándolas se puede llegar a imaginar todo lo ahí vivido. El sudor derramado trabajando bajo el sol y su traducción al castigo actual del terreno.
Esa huella sobre el territorio es evidente.
No puedo evitar pensar en lo mucho que me recuerda a Cuba y como esas profundas huellas, que son visibles en el paisaje, se reflejan también en la gente de la isla.
Las canteras vacías y erosionadas son, en este sentido, una metáfora de una sociedad agotada.
Se hace más que evidente una necesidad de pausa, una oportunidad para sanar y recuperar fuerzas porque un pueblo desgastado no puede seguir sosteniendo los ideales de una nación.